Es cuanto menos curioso el matiz
que toman las palabras dependiendo del contexto en el que se utilizan. Rescate
es una palabra de raíces etimológicas un tanto confusas y que con frecuencia ha
provocado debates entre los doctores de la lingüística, debido a su similitud y
relación con el término “redención”. No obstante, jamás ha existido debate en
cuanto a su significado. Durante toda la Historia rescatar se ha considerado la
acción de recuperar mediante la fuerza o la transacción económica algo o alguien
que había acabado en manos ajenas. En la cultura grecolatina el término se utilizaba
cuando se pagaba por un esclavo o sirviente que no te pertenecía, con la distinción
de que, una vez rescatado, a dicho individuo se le concedía la libertad y no se
cargaba de deuda alguna hacia su rescatador.
Por fortuna hoy en día este
significado ha quedado obsoleto y ya no es necesario librar de la esclavitud a
nadie. De igual modo el término ha evolucionado y la cláusula que prometía la
libertad del individuo ya no está tan clara. Claro que todo depende del
contexto, no es lo mismo rescatar a un grupo de mineros que ha quedado
sepultado bajo el suelo de una cantera chilena que hacerlo con la tambaleante economía
de un país, que ha quedado sepultada bajo un tipo de interés casi tan alto como
su prima de riesgo. En el segundo caso el rescate ya no es un rescate, porque
de libertad ni hablamos, es una especie de cosa, que por falta de términos algunos
han llamado “ayuda financiera” o “colchón sin condicionalidad macroeconómica”
(éste último me encanta) y que yo, en un alarde de imaginación, voy a llamar “chupi-préstamo”.
No sé si todos tenemos claro lo
que es un rescate, perdón, un chupi-préstamo. Por si acaso lo explico, básicamente
como me lo explicaron a mí. Como todos sabemos, los Estados financian sus
servicios públicos (y otras cosas) mediante la recaudación de impuestos. Sin
embargo, ciertos acontecimientos propician que el gasto público muchas veces
superé al dinero recaudado, lo que lleva al Estado a buscar fuentes de ingresos
alternativas para pagar sus gastos y volver a poner el contador en positivo.
Aunque parezca mentira, la forma más noble de conseguir esto es pidiendo un
préstamo a los mercados financieros. Pero el préstamo no se le pide a cualquiera,
los inversores saben que endeudar a un Estado puede resultar muy muy rentable,
por lo que el Estado organiza una subasta y adjudica su deuda al inversor que
ofrezca el tipo de interés más bajo. A esto se le conoce como emisión de deuda.
Evidentemente, cuanto más firme sea la economía de un Estado mayor confianza
tendrán los inversores y menor será el interés de la deuda. De ahí que España
no obtenga un tipo de interés que baje del 6,4% y que los alemanes disfruten de
un merecido 1,2%. El chupi-préstamo se produce cuando los préstamos corrientes
tienen un interés tan exagerado que no tendría sentido emitir deuda, puesto que
sería físicamente imposible su devolución. Un préstamo se vuelve insostenible
más o menos cuando el interés supera el 7%, cifra en la que se produjeron los
chupi-préstamos de Grecia, Irlanda y Portugal. Cuando se llega a esta
situación, el Estado se ve obligado a pedir ayuda a las instituciones
internacionales, como el FMI (Fondo Monetario Internacional), el EFSF (Fondo
Europeo de Estabilidad Financiera) o el EFSM (Mecanismo Europeo de Estabilidad
Financiera). Éstos valorarán la situación del país y emitirán un informe con
las necesidades financieras más acuciantes y la inyección de capital necesaria.
La capacidad de préstamo de estas instituciones suma 750.000 millones de euros
en total.
¿Dónde está el chupi-truco? Los
préstamos de los mercados solo tienen el inconveniente de los intereses y el
tiempo límite de devolución. Sin embargo los chupi-préstamos tienen otras
características. No hay ningún tipo de interés, eso es bueno, pero el dinero no
llega como un préstamo cualquiera. La institución que lo regula establece una
serie de condiciones que el Gobierno del país en cuestión deberá cumplir si
quiere seguir recibiendo el dinero que necesita. Es decir, el “rescate” toma ahora
ciertos matices de chantaje, “o haces lo que te decimos o te cortamos el grifo
y tu país se va a la mierda”. Claro que eso no tiene mucho sentido, porque si
nuestro país se va a la mierda, nos llevamos al resto por delante.
Ante esta perspectiva la pregunta
es obvia, ¿no existe ninguna otra forma de librarse de la deuda sin recurrir a
la caridad de las naciones vecinas? La respuesta es sí. Los Estados, a
diferencia de los individuos, pueden simplemente negarse a pagar la deuda, lo
que se conoce como default. Por
supuesto, esto hace desaparecer todos los problemas económicos de un plumazo,
pero a cambio nos condenamos a una economía mínima y apartada de toda
interacción internacional. Eso sin nombrar el desastre económico que se
provocaría en los mercados extranjeros. Un default
español (o griego) arruinaría la economía del resto de Europa puesto que se
cancelaría el pago de cientos de millones de euros de deuda pública. Aparte,
por supuesto, nos veríamos obligados a responder de tal decisión ante el resto
de naciones, cabreadas y sedientas de sangre, lo cual echaría por tierra
nuestras relaciones diplomáticas.
El rescate, después de haber
contemplado atónito la ineptitud del gobierno para resolver nuestros problemas
internos, no me parece una alternativa tan mala. Aunque necesitaría otro
artículo para explicar los inconvenientes de ser intervenidos, que son muchos,
como por ejemplo la pérdida (relativa) de la soberanía del país.
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