Hoy pretendía publicar algo
relacionado con la Unión Europea, la cohesión de los países miembros y demás
chorradas. Pero en vista de que mis dos últimas entradas ya habrán saturado ese
tema, creo que será conveniente variar un poco.
Tengo 17 años y este verano será
la primera vez que trabaje, en el sentido estricto de la palabra (aunque sin
sueldo). Evidentemente, me siento muy afortunado de poder empezar a hacer
prácticas a una edad tan temprana e ilusionado, porque trabajar en la radio
local, aunque sea haciendo fotocopias y repartiendo cafés, es una manera
excelente de asomarme por primera vez al periodismo profesional. Pero dejemos a
un lado mis aspiraciones de adolescente impetuoso. Mi pregunta es sencilla, ¿a alguien
le ha extrañado lo de sentirme
afortunado por empezar las prácticas tan pronto? Imagino que no porque la media
de edad de los becarios y estudiantes en practicas suele rondar los 20. En
cuanto vislumbré la posibilidad de hacer prácticas tardé poco en dirigirme a la
dirección de mi centro educativo para preguntar por programas de prácticas en
empresas, algo que parece obvio encontrar en un instituto. La respuesta del
director fue la misma que la del jefe de estudios. Ellos solo administraban las
prácticas de estudiantes en ciclos formativos, es decir, a partir de 18 años.
Les faltó darme una pelota y decirme que saliese a jugar al recreo.
Me parece un ejemplo
impresionantemente bueno de cómo el sistema educativo repele cualquier tipo de
iniciativa de sus alumnos para incorporarse al mundo laboral. Luego todos
lloramos porque los estudiantes recién diplomados no dan un palo al agua y son
incapaces de mantener un puesto de trabajo, indiferentemente de sus resultados
en la clase. Me pregunto quién esgrimió el convincente argumento de que el
trabajo es contraproducente para el desarrollo académico de los jóvenes. Me
pregunto también quien decidió que tal iluminado llevaba razón. Y sobre todo me
pregunto por qué hoy en día seguimos sin incentivar el aprendizaje laboral, por
ejemplo, durante la Educación Secundaria Obligatoria.
Hace unas cuantas décadas no era
tan extraño ver niños trabajando junto a sus familiares o adolescentes que
compaginaban sus estudios con un empleo como aprendiz en cualquier taller. No
me gusta compararnos con otras épocas (pasadas y muy enterradas) y no creo que
sea muy buena idea tener a tu hijo de nueve años trabajando contigo en la
fundición, o donde sea. Pero el sistema de aprendizaje me parece una base
importantísima de la educación que se ha perdido. Entrenamos máquinas de
aprobar exámenes y eso es lo que obtenemos. En realidad ni si quiera obtenemos
eso porque las entrenamos francamente mal.
Las portadas de los periódicos
son unísonas. El resultado de las urnas griegas da un respiro a una Europa que
contenía el aliento ante la posibilidad de una fragmentación de los países
miembros. Acojonados estaban todos, bueno, estábamos. El partido conservador
Nueva Democracia, bonito nombre, ha obtenido 129 diputados de los 150
necesarios para hacerse con la mayoría absoluta. Los radicales izquierdistas de
SYRIZA consiguieron 71 diputados y los socialistas de PASOK 33. Los
conservadores se verán obligados a aliarse con los socialistas para conseguir
así la mayoría, pero éstos, contra todo pronóstico, nos sorprenden exigiendo
que la izquierda radical entre también en la coalición. De esta forma se
crearía un enorme y controvertido gobierno que difícilmente iba a conseguir
cumplir las expectativas de Europa.
A las 9 de la noche de ayer el
presidente del PASOK, Evangelos Venizelos, anunciaba esta insólita decisión. A
primera vista parece que los socialistas no quieran entrar a formar parte de un
gobierno puramente de derechas, sin duda preferirían encontrar un apoyo directo
en sus compañeros más radicales. Sin embargo, Venizelos tiene claro que su
exigencia es simplemente imposible, ni Nueva Democracia ni SYRIZA aceptarán tal
proposición. ¿Por qué entonces se molesta Venizelos en marear más aún a la
pobre perdiz? Porque está acorralado. O eso creo yo. El PASOK griego se verá
inevitablemente obligado a aceptar la coalición con el partido conservador, lo
que los pondrá mano a mano en el gobierno del país. Pero ese destino, aunque
resulte sorprendente, no agrada mucho a los socialistas. Mientras SYRIZA se
acomoda en la oposición, la coalición de Nueva Democracia y PASOK serán los
responsables, a ojos de los votantes, de todas las medidas de austeridad que
inevitablemente tendrán que imponer a la población si, como prometieron,
pretenden cumplir con el plan europeo. Con el tiempo el gobierno de coalición
se ira desgastando y quemando como les ha ocurrido a sus predecesores y a todos
los gobiernos que han vivido durante este tiempo de crisis. Y al mismo tiempo
SYRIZA se ira nutriendo de todos los votantes que, asqueados por las decisiones
de su gobierno marioneta, acabarán uniéndose a ideologías más radicales. La
historia siempre se repite.
Es natural que Venizelos le ponga
pegas a su futura alianza, de igual modo es natural que SYRIZA no se derrumbe
por no haber ganado esta vez. Personalmente, prefiero que Grecia continúe con
su politiqueo partidista y que el grueso de los votos vaya rebotando de
izquierda a derecha. Principalmente porque la alternativa se llama Amanecer
Dorado y en un país tan joven como Grecia estos radicales, extremistas,
fundamentalistas e hijos de sus respectivas progenitoras representan una
amenaza mucho más notoria que en otros países de la UE.
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Es cuanto menos curioso el matiz
que toman las palabras dependiendo del contexto en el que se utilizan. Rescate
es una palabra de raíces etimológicas un tanto confusas y que con frecuencia ha
provocado debates entre los doctores de la lingüística, debido a su similitud y
relación con el término “redención”. No obstante, jamás ha existido debate en
cuanto a su significado. Durante toda la Historia rescatar se ha considerado la
acción de recuperar mediante la fuerza o la transacción económica algo o alguien
que había acabado en manos ajenas. En la cultura grecolatina el término se utilizaba
cuando se pagaba por un esclavo o sirviente que no te pertenecía, con la distinción
de que, una vez rescatado, a dicho individuo se le concedía la libertad y no se
cargaba de deuda alguna hacia su rescatador.
Por fortuna hoy en día este
significado ha quedado obsoleto y ya no es necesario librar de la esclavitud a
nadie. De igual modo el término ha evolucionado y la cláusula que prometía la
libertad del individuo ya no está tan clara. Claro que todo depende del
contexto, no es lo mismo rescatar a un grupo de mineros que ha quedado
sepultado bajo el suelo de una cantera chilena que hacerlo con la tambaleante economía
de un país, que ha quedado sepultada bajo un tipo de interés casi tan alto como
su prima de riesgo. En el segundo caso el rescate ya no es un rescate, porque
de libertad ni hablamos, es una especie de cosa, que por falta de términos algunos
han llamado “ayuda financiera” o “colchón sin condicionalidad macroeconómica”
(éste último me encanta) y que yo, en un alarde de imaginación, voy a llamar “chupi-préstamo”.
No sé si todos tenemos claro lo
que es un rescate, perdón, un chupi-préstamo. Por si acaso lo explico, básicamente
como me lo explicaron a mí. Como todos sabemos, los Estados financian sus
servicios públicos (y otras cosas) mediante la recaudación de impuestos. Sin
embargo, ciertos acontecimientos propician que el gasto público muchas veces
superé al dinero recaudado, lo que lleva al Estado a buscar fuentes de ingresos
alternativas para pagar sus gastos y volver a poner el contador en positivo.
Aunque parezca mentira, la forma más noble de conseguir esto es pidiendo un
préstamo a los mercados financieros. Pero el préstamo no se le pide a cualquiera,
los inversores saben que endeudar a un Estado puede resultar muy muy rentable,
por lo que el Estado organiza una subasta y adjudica su deuda al inversor que
ofrezca el tipo de interés más bajo. A esto se le conoce como emisión de deuda.
Evidentemente, cuanto más firme sea la economía de un Estado mayor confianza
tendrán los inversores y menor será el interés de la deuda. De ahí que España
no obtenga un tipo de interés que baje del 6,4% y que los alemanes disfruten de
un merecido 1,2%. El chupi-préstamo se produce cuando los préstamos corrientes
tienen un interés tan exagerado que no tendría sentido emitir deuda, puesto que
sería físicamente imposible su devolución. Un préstamo se vuelve insostenible
más o menos cuando el interés supera el 7%, cifra en la que se produjeron los
chupi-préstamos de Grecia, Irlanda y Portugal. Cuando se llega a esta
situación, el Estado se ve obligado a pedir ayuda a las instituciones
internacionales, como el FMI (Fondo Monetario Internacional), el EFSF (Fondo
Europeo de Estabilidad Financiera) o el EFSM (Mecanismo Europeo de Estabilidad
Financiera). Éstos valorarán la situación del país y emitirán un informe con
las necesidades financieras más acuciantes y la inyección de capital necesaria.
La capacidad de préstamo de estas instituciones suma 750.000 millones de euros
en total.
¿Dónde está el chupi-truco? Los
préstamos de los mercados solo tienen el inconveniente de los intereses y el
tiempo límite de devolución. Sin embargo los chupi-préstamos tienen otras
características. No hay ningún tipo de interés, eso es bueno, pero el dinero no
llega como un préstamo cualquiera. La institución que lo regula establece una
serie de condiciones que el Gobierno del país en cuestión deberá cumplir si
quiere seguir recibiendo el dinero que necesita. Es decir, el “rescate” toma ahora
ciertos matices de chantaje, “o haces lo que te decimos o te cortamos el grifo
y tu país se va a la mierda”. Claro que eso no tiene mucho sentido, porque si
nuestro país se va a la mierda, nos llevamos al resto por delante.
Ante esta perspectiva la pregunta
es obvia, ¿no existe ninguna otra forma de librarse de la deuda sin recurrir a
la caridad de las naciones vecinas? La respuesta es sí. Los Estados, a
diferencia de los individuos, pueden simplemente negarse a pagar la deuda, lo
que se conoce como default. Por
supuesto, esto hace desaparecer todos los problemas económicos de un plumazo,
pero a cambio nos condenamos a una economía mínima y apartada de toda
interacción internacional. Eso sin nombrar el desastre económico que se
provocaría en los mercados extranjeros. Un default
español (o griego) arruinaría la economía del resto de Europa puesto que se
cancelaría el pago de cientos de millones de euros de deuda pública. Aparte,
por supuesto, nos veríamos obligados a responder de tal decisión ante el resto
de naciones, cabreadas y sedientas de sangre, lo cual echaría por tierra
nuestras relaciones diplomáticas.
El rescate, después de haber
contemplado atónito la ineptitud del gobierno para resolver nuestros problemas
internos, no me parece una alternativa tan mala. Aunque necesitaría otro
artículo para explicar los inconvenientes de ser intervenidos, que son muchos,
como por ejemplo la pérdida (relativa) de la soberanía del país.
Ha pasado más tiempo del que me
gustaría desde que publiqué mi última entrada. Si no me falla la memoria, que
lo hace y constantemente, creo que fue un artículo sobre cierto paquidermo
muerto a manos de cierto monarca español. Ha llovido mucho desde entonces, ¿no?
Nada me hubiese gustado más que haber estado aquí para dar mi humilde opinión
sobre todos las buenas y malas nuevas que han llenado las portadas de los
periódicos en este tiempo. Pero tranquilos, no estoy muy deprimido. Me he dado
cuenta de que en este bello mundo en el que vivimos no pasa un día sin tener
algo nuevo que contar, algo sobre lo que reflexionar o, simplemente, algo de lo
que quejarse.
A las puertas de un verano que se
presenta cuanto menos apetitoso me enorgullece e ilusiona anunciaros que, otra
vez, Nukeblog y mi cabecita están en funcionamiento. Espero sinceramente que
esta pausa en mi actividad no me haya supuesto una pérdida muy grave de
lectores. Básicamente porque creo que mi número de lectores es ya prácticamente
indivisible.
En este plácido periodo estival
espero poner en marcha algunos proyectos que repercutirán sin duda en este
blog. Planeo un cambio de diseño (ya va siendo hora de empollarme algún manual
de diseño web), también pretendo escribir para algún otro medio digital aparte
de mi blog personal y, por supuesto, espero estar más activo en Nukeblog y
escribir más asiduamente.
De nuevo, bienvenidos a Nukeblog.
Soy antimonárquico. Para qué voy
a andarme por las ramas en este tema. Y lo siento por los férreos defensores de
la corona, pero la Monarquía Española no tiene defensa posible. Es inconcebible
que en una democracia se le dé tal situación de privilegio a una sola familia
por el mero hecho de pertenecer a una línea de sangre en particular. No tiene
sentido. Y no lo digo por el dinero que nos cuesta mantener su nivel de vida,
ni por lo buenos o lo malvados que sean los miembros de su familia, ni siquiera
lo digo por el número de elefantes por corona. Si pienso lo que pienso es
porque se trata de una incongruencia social y política en la España actual. Se
ha luchado mucho por conseguir un ideal de libertad que ahora se ve truncado
por una sola profesión, la de Rey. Si yo quiero, puedo ser cualquier cosa. Si
me da por ser médico, puedo estudiar medicina e intentar lograrlo. De igual
modo si me da por ser fontanero. O periodista. Puedo ser lo que me plazca si me
esfuerzo en ello. (Al menos en la teoría) En nuestro país hemos establecido un
sistema por el cual una chica de etnia gitana de las afueras de Madrid puede
llegar a ser presidenta de España si se lo propone. Desgraciadamente no es tan
sencillo, pero al menos hemos conseguido que no haya ningún órgano jurídico que
pueda impedírselo. Sin embargo, si yo o mi amiga gitana queremos ser rey (o
reina en su caso), no podemos. Por la sencilla razón de haber salido de la
vagina equivocada. Y eso, de donde yo vengo, es un atentado a la igualdad.
Pero me temo que esta cuestión
ética no es lo que ha levantado a la opinión pública contra la Casa Real. No,
lo que ha suscitado esta indignación generalizada y repentina han sido los
incontables errores que los miembros de la primera familia española han ido
encadenando desde hace un año aproximadamente. Lo cual me lleva a pensar que de
haberse comportado como es debido a nadie le habría importado la hipocresía que
supone mantener los privilegios hereditarios en una democracia. Es triste, pero
ha sido necesaria la muerte de unos cuantos ejemplares de fauna sudafricana y
su posterior fotografía junto a nuestro monarca para que la opinión pública
acabase de escandalizarse por los despropósitos continuos de la corona y su
ambiente. Se ve que pueden robarnos, pueden dispararse entre ellos, pueden
triplicar misteriosamente el dinero que les damos, pueden fugarse del país como
alma que lleva el diablo en cuanto divisan algún problema pero, ¡por Dios! ¡Que
no nos toquen a los paquidermos!
La Casa Real y la Monarquía
tienen los días contados inevitablemente. Es una institución insostenible que
fue la mejor alternativa en su momento, pero que se ha convertido en una rémora
para las libertades españolas en general. No porque incida sobre ellas, sino
porque las desprestigia.
Tengo mucho más que ladrar acerca
de la monarquía y ni qué decir de lo que tengo reservado para el Rey. Pero mis
neuronas no dan para más esta noche y me temo que tendré que dejarme varias
ideas en el tintero a la espera de un segundo artículo que, con suerte, publicaré
mañana. Buenas noches.
Si en alguna ocasión os habéis
molestado en leerme y alegrar un poco mi contador de visitas, cosa que os
agradezco, es probable que me hayáis visto despotricar contra el derroche, la
mala gestión y, por supuesto, la podredumbre típica de las administraciones
españolas. No obstante, mi evidente falta de experiencia no me había permitido examinar
más de cerca los detalles de este problema, a mi juicio importante, y
percatarme de lo sencillo que resulta encontrarse con estas situaciones. Hace
ya unos días asistí por motivos académicos a una serie de conferencias
comprendidas bajo el título de Paseo Project. En este evento se citaron grandes
figuras actuales del diseño de infraestructuras y la tecnología aplicada al
urbanismo, con el fin de presentar sus respectivos proyectos y dar a conocer la
importancia de su labor, tanto artística como práctica. Durante aproximadamente
cuatro horas escuchamos sus respectivos monólogos, con un inglés germanizado en
algunos casos, y observamos sus proyecciones para hacernos una idea del calibre
de los proyectos que nos estaban presentando. Tengo que reconocer que, en general,
sus discursos estaban muy elaborados y pudimos presenciar un verdadero alarde
de dialéctica. La conferencia de la mañana terminó y, mientras los desarrolladores
del proyecto se regocijaban en el éxito de éste, yo saqué mis propias
conclusiones y comencé a gestar la idea de un nuevo artículo.
El mundo del arte es algo que me
fascina profundamente y considero que la preservación y el progreso de la
cultura es uno de las labores más sagradas de cualquier sociedad humana que se
precie. Pero, además de esto, creo que sé diferenciar el “arte por el arte”, la
verdadera expresión creativa, del resto de usos que se le da a la creatividad
humana, muchos de ellos de cuestionable validez ética. En varias ocasiones he
denunciado en este blog la proliferación de centros de cultura, eventos
artísticos, estadios deportivos y demás alardes de la megalomanía de ciertos
dirigentes políticos. Y es que la cultura ha sido la excusa perfecta para
infinidad de gobiernos que buscaban lavar su imagen de cara al público y, de
paso, atraer hacia su ciudad los dos únicos tipos de economía que en España
habían sido rentables hasta el 2008, el turismo y la construcción. Tengo la
suerte o la desgracia, según como se mire, de vivir en una ciudad que, aunque
cogió con algo de tardanza la ola del derroche español, ha sido la ostentosa receptora
de cientos de proyectos culturales de proporciones titánicas, como la
ambiguamente famosa Expo del Agua. Más o menos, Aragón fue la última comunidad
española en apuntarse al despilfarro indiscriminado, pero cuando lo hizo no
reparó en gastos. Y cuatro años más tarde aún seguimos pagando el inmenso e
inservible legado del tiempo en que nuestra bonanza económica nos hizo creer
que podíamos construir la Pirámide de Keops o el Arco del Triunfo y luego,
además, hacerlo rentable.
Volviendo al tema que me ocupa.
Durante la intervención de los conferenciantes españoles (ya que poco tengo que
decir de lo que hagan los extranjeros en sus respectivas ciudades) me percaté
de que lo que me estaban presentando chocaba de pleno con muchos de mis
principios. Me parece maravillosa la labor artística de estos personajes, pero
cuando el dinero y la administración pública entran en juego el tema cobra un
inusitado interés para mí. En primer lugar, nos hablaron del Centro de Arte y
Tecnología, un espacio dedicado a la creatividad y las nuevas tecnologías y
orientado hacia los creadores de diseño gráfico y artes audiovisuales. Un
proyecto que, para ser francos, a mi me apasiona. Por si a alguien le interesa
éste es el folleto informativo del Centro de Arte y Tecnología.
Realmente suena muy bien, un
verdadero sueño, sería genial pasar la tarde en ese edificio, ¿verdad? Pues la
broma cuesta más de 21 millones de euros que, en su inmensa mayoría, han salido
de las arcas públicas y que, por supuesto, no han sido abonados todavía sino
que se suman a la ya considerable cifra de deuda pública. Se trata de un gran
proyecto de construcción que cuenta con varios edificios y un espacio de 16.000
m2 (según la información del Ayuntamiento) que lleva en proceso
desde 2010, aunque extraoficialmente el proyecto es más antiguo y había sido
refrenado por falta de fondos. Por otra parte las cuentas del Ayuntamiento
sobre éste y otros edificios por el estilo son totalmente opacas, prima la
falta de información y de la poca que cae del cuentagotas del Consistorio solo
se puede deducir que se esta invirtiendo mucho esfuerzo y dinero en levantar
este proyecto. Sabiendo esto no cabe sino preguntarse si se trata realmente de
una necesidad, de una idea rentable o de un verdadero estímulo cultural. En
Zaragoza apenas hay demanda de esta clase de espacios y estamos gastando
millones (gastando hipotéticamente porque todavía no se ha pagado nada ni se ha
comenzado a producir) en el proyecto urbano de Milla Digital, al que pertenece
el CAT y tantos otros, y del que apenas hay información. Sus desarrolladores
aseguran que es necesario seguir adelante con él para perfilar su orientación
al público pero apenas hay información veraz sobre éste y todo lo que se nos
dice a la ciudadanía son vagas descripciones con cantidad de palabras bonitas,
que denotan no tener un significado real.
También nos hablaron, entre
muchos otros proyectos, del Pabellón Digital del Agua. Para quien lo desconozca
este edificio se inauguró poco después de la Expo del Agua de 2008 y es una
verdadera obra de arte de la arquitectura. Se basa en un pequeño espacio
abierto bordeado por cuatro cortinas de agua que alteran el ritmo de su caída con
el fin de representar formas o caracteres. Resulta bastante impresionante
(aunque personalmente no me parece toda una disciplina artística digna de
reverencia como piensan algunos) pero al igual que el proyecto anterior, este
edificio es un verdadero despropósito. Más de 4 millones de euros fueron
gastados en un espacio de unos 50 m2, si llega, que apenas ha
realizado 20 espectáculos para los que fue diseñado desde su inauguración. Por
no hablar de que se mantiene en continuo funcionamiento durante todo el día con
el importante gasto de agua que eso acarrea, irónico si tenemos en cuenta que
se construyó como tributo a la Expo del Agua.
Podría poner muchos más ejemplos
del titánico despilfarro que se produjo antes de la crisis y del que
inexplicablemente aun seguimos encontrando ejemplos. Pero creo que ha quedado clara
mi intención con este artículo. El gasto en cultura debe ser consecuente con la
situación actual, si bien no trato de restarle importancia frente a otras vías
de escape del gasto público. Tan solo me pregunto porque se recortan derechos
básicos como la sanidad o la educación y al mismo tiempo se invierten millones
en proyectos futuristas y fuera de nuestras posibilidades.
Nuestro objetivo es un déficit
del 5,3%. O más bien es el objetivo que Bruselas tiene para nosotros. Tenemos
que reducir nuestro déficit presupuestario hasta esa cifra si queremos que en
algún momento de nuestro futuro alguien pueda gritar “¡Tierra a la vista!”
después de años de tempestuosa crisis. Para lograrlo, hay dos vías evidentes
que había que tomar. Primero la reducción del gasto, al menos 13.400 millones
de euros deberán ser recortados del gasto público. Y en segundo lugar un
aumento de los ingresos en aproximadamente 12.300 millones. Con esas dos
cifras, y si nada va mal, habríamos conseguido alcanzar nuestro objetivo de
déficit y tener contentos a los sillones de Bruselas. Pero obviamente, la meta
es lo más fácil de clarificar, lo interesante de verdad son los medios que se
ponen para alcanzarla.
Creo que de recortes, reducciones
presupuestarias, ahorro extremo y de sus efectos sociales ya he hablado
suficiente en este blog. Y al fin y al cabo, los sindicatos ya se han
pronunciado, también la ciudadanía, y la decisión del Gobierno es férrea, los
recortes deben ser llevados acabo por imperativo. No estoy de acuerdo, pero no
os voy a dar más la brasa sobre este tema. En este artículo me he interesado
por la segunda vía de ataque del Gobierno, el aumento de los ingresos. No hay
que ser un genio para percatarse de que la inmensa fuente de ingresos que
utilizan los Estados para financiarse son los impuestos. En primer lugar, el PP
piensa recaudar unos 5.350 millones de euros adicionales aumentando el impuesto
sobre sociedades. También de gran importancia es el IRPF, que ya había sido
elevado antes de que los presupuestos saliesen a la luz y que proporcionará más
de 4.000 millones de euros a las arcas del Estado. Impuestos sobre el tabaco y
otros productos, y las nuevas tasas jurisdiccionales nos aseguran casi 400
millones más. Algunas de estas medidas son duras y aunque no lo sean seguro que
no agradan a nadie, no obstante quizá os hayáis percatado de que todos esos
millones no suman el objetivo de 12.300 marcado por el Gobierno. Me he dejado
los últimos 2.500 millones (más o menos) para la medida que más gracia y más
feliz me hace. Estoy siendo irónico.
El Gobierno piensa recaudar esa
última cifra mediante la amnistía fiscal. Para quien desconozca el término, la amnistía
fiscal o tributaria consiste básicamente en el perdón de ciertas
irregularidades económicas con el fin de obtener unos beneficios públicos. A mi
entender, es la rendición de la democracia a la delincuencia. Hacer la vista
gorda a la corrupción y dejar que una parte de la economía sumergida aflore a
la superficie generando unos ingresos antes prohibidos y muy jugosos, pero que
no son ni una tercera parte de lo que se llevan los “malos” gracias a esta
jugada del Gobierno. El plan es hacer salir a la superficie hasta 25.000
millones de euros en dinero negro, de los cuales tan solo 2.500 irán a parar a
las arcas públicas. Pero no es la cuestión económica lo que me preocupa, sino
la ética. Sin duda es más fácil intentar regularizar la corrupción y sacar
tajada que seguir luchando contra ella, es más fácil traicionar a la
Constitución (de la que no soy amigo, pero para algo está) que intentar hacer
las cosas como es correcto por una vez, y por supuesto que es más fácil apostar
por el beneficio a corto plazo, como siempre. Y pensar en el dinero que nos va
a dar en menos de un año y no en las consecuencias terribles que una decisión
tan falta de ética nos acarreará cuando el PP ya no esté en la Moncloa. Yo no
creo que en este país seamos todos avariciosos y corruptos, simplemente creo
que somos tontos.
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La huelga termina, cada cual vuelve a su casa y saca las conclusiones que le da la gana. En estos tres días todavía no he conseguido encontrar un amable samaritano que me aclare cómo fue la huelga realmente. Cada cual tiene su propia opinión sobre los resultados de la huelga. La patronal tiene claro que ésta ha fracasado estrepitosamente y no servirá para nada, ni ahora ni en un futuro próximo. Diametralmente opuestos tenemos a los sindicatos que con férrea convicción aseguran que la huelga ha sido un éxito de proporciones históricas. Y mientras tanto, inmutables al 29 de Marzo, tanto el Gobierno como los ciudadanos siguen cada uno a lo suyo. La dirección del Gobierno no ha variado lo más mínimo y las reformas presupuestarias siguen su curso impasibles a los berrinches sindicales. Más del 85 por ciento de los trabajadores sigue haciendo eso exactamente, trabajar, con una actitud de neutralidad respecto a lo que el 15 por ciento restante, los que si han ido a la huelga y están protegidos por un sindicato, reivindican con indignación.
¿Cuáles han sido los verdaderos efectos de este parón productivo? Al parecer, los efectos políticos han sido prácticamente nulos, por lo que deberíamos deducir que la huelga ha tenido unos resultados negativos, puesto que ha puesto en peligro la economía y no ha alcanzado el objetivo que se proponía. El Ministerio de Economía alemán achaca estos resultados a la falta de apoyo con que contaba la huelga, y asegura que se necesitarán mucho más que unos cientos de piquetes cabreados para frenar a Rajoy en su obcecación. Pero, ¿de verás creían los sindicatos que esta huelga iba a cambiar algo? Teniendo en cuenta lo que Rajoy se juega con los nuevos presupuestos es obvio que siga adelante aún con el total rechazo de los sindicatos. Para el presidente, y los que le rodean, su legislatura es una carrera contrarreloj. Tuvo el tiempo justo para pensar en una estrategia económica lo más rápida y eficaz posible, ha sido apremiado por la UE para presentar los nuevos presupuestos y asumir el objetivo de déficit y, por supuesto, desde el principio contó con el rechazo incondicional de los sindicatos, quienes ni siquiera le han dado cien días de cortesía (claro que no hubieran servido de mucho). Ya se la jugó demasiado, y perdió, al retrasar la presentación de los nuevos presupuestos con el fin de no perjudicar la campaña electoral de Arenas en Andalucía, gesto que le ha servido de más bien poco teniendo en cuenta los resultados de las urnas.
Rajoy se lo juega a una carta, pero esto ya lo sabía el día en que fue nombrado presidente. Si su política falla no solo se habrán diezmado los derechos laborales sino que además ese sacrificio no habrá servido para nada y nos encontraremos a merced de las decisiones de la UE. No obstante, si aciertan, muchas personas tendrán que taparse la boca y por una vez el Partido Popular tendrá motivos para mostrarse orgulloso. No simpatizo lo más mínimo con este partido político, eso lo sabe cualquiera que haya leído más de dos veces este blog, pero eso no me parece motivo suficiente para oponerme radicalmente a todas sus decisiones y no dar un voto de confianza a aquellos que han sido elegidos por la gran mayoría de los votantes españoles, sea de derechas o de izquierdas. Sindicatos, aplicaos el cuento.
Aunque el artículo inmediatamente
anterior a éste prueba mi tendencia a la esperanza ciega, de vez en cuando me
veo obligado a poner las cartas sobre la mesa y reflexionar sobre un tema hasta
darle la vuelta por completo o reafirmarme en lo que pienso. En este caso quizá
no se trate de una inversión completa, pero tengo claro que mi concepción de la
Ley de Transparencia ha sufrido cambios interesantes en estos dos días.
Quizá fui ingenuo al plantearme esta ley
como una mera reforma estética, que pretendía mejorar la imagen externa de la
política, o al menos del PP. Ahora tengo claro que se trata de una estrategia
mucho más compleja y premeditada, inteligente incluso. La ley en sí no
soluciona ninguno de los problemas que preocupan a la ciudadanía, la corrupción
tiene vía libre al igual que la ha tenido siempre. Mucho más curiosa es la
absoluta opacidad de una ley que lleva la transparencia como estandarte, como
viene siendo costumbre el Partido Popular mantiene todos sus planes bajo llave
y suelta la información con cuentagotas y en la medida precisa. No obstante se
pueden inducir ciertas conclusiones. Personalmente, me he fijado en un detalle
que me ha suscitado una cierta sospecha.
La Agencia Estatal de Transparencia (nombre
que parece sacado de una novela de George Orwell) es la encargada de recibir
las reclamaciones, denuncias y recursos de la población sobre las
imperfecciones administrativas que se detecten en cualquier tipo de organismo
público. Por decirlo de alguna forma, es el juez y policía por el que tienen
que pasar todos los casos amparados en la Ley de Transparencia. Pues bien, esta
organización no tiene el deber, ni ético ni lícito, de dar la más mínima
explicación sobre sus decisiones. Se masca la tragedia, ¿verdad? No es difícil imaginarse
la escena: Una mujer acude a la Agencia de Transparencia y denuncia con
vehemencia y algo exasperada lo que ella considera un caso inequívoco de
corrupción administrativa. No obstante, el funcionario de turno que recoge la
declaración conoce a uno de los implicados en el caso que la señora acaba de
denunciar. El hombrecillo, muy amigo de sus amigos y muy poco de la decencia,
coge el móvil antes incluso de que la mujer salga por la puerta y pone sobre
aviso a su colega de la facultad (o de lo que sea) y le advierte de que él y
sus tejemanejes corren peligro. El colega, que de pronto ha adquirido un tono
de piel blanquecino, se apresura en hablar con su jefe, un hombre de política,
convencido de sus ideas, amante de su familia y coleccionista de Rolex amateur,
no se inmuta lo más mínimo y hace alarde ante su subordinado de tener la
situación bajo control. Un par de llamadas, cuánto hace que no nos vemos, a ver
si nos tomamos una cerveza algún día, qué tal la familia, a ver si me puedes
hacer un favorcillo… y listo. La Agencia Estatal de Transparencia lleva a cabo
una investigación en profundidad del caso, se elabora un informe con todos los
detalles y se dictamina que tal acusación se trataba de una falsa alarma. Y
tranquilos, la Agencia Estatal de Transparencia, o para cogerle cariño la AET,
no tiene la más mínima intención de dejar escapar algo de información sobre
este caso y lo peor es que tampoco tiene la obligación de hacerlo. De modo que
la pobre señora, que con indignación había recurrido al “defensor del pueblo”
se encuentra un día con una notificación en su buzón que le dice, con infinitos
eufemismos, que es una mentirosa.
En fin. Es probable que penséis que
con este artículo he dejado volar mi imaginación… desgraciadamente no lo he
hecho, no mucho al menos. Esta historia es el esquema básico de por qué más de
la mitad de los casos de corrupción en España no llega a los tribunales. Más me
gustaría a mi poder dejar volar mi imaginación con este tema.
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