Ley de Transparencia. Si, suena
bien. Al menos el nombre lo han clavado. El Gobierno piensa hacer con esta
propuesta de ley algo que sorprendentemente no se había hecho en casi 40 años
de democracia española. La Ley de Transparencia será sometida a “trámite de
audiencia pública” o, lo que es lo mismo, se les pedirá a los ciudadanos que
colaboren en su redacción directamente, mediante sugerencias, opiniones y
votaciones, antes de ser oficialmente implantada. Algo similar a un brainstorming a lo bestia. Para este
humilde bloguero esta idea no debería ser un caso aislado. La intervención
directa de los ciudadanos en la redacción de las leyes que más tarde tendrán el
deber de acatar. No se me ocurre una forma mejor de recordar a los ciudadanos
su condición política dentro de una democracia, algo que parece haberse
olvidado a fuerza de golpes y desengaños. No me canso de repetirlo, lo siento,
en una democracia todos somos
políticos. La idea de someter la Ley a la audiencia ciudadana me parece mejor
idea que la propia Ley de Transparencia en sí, aunque no voy a hablar de eso
hoy.
La Ley de Transparencia es un
proyecto con luces y sombras. Sin duda me parece una magnífica idea para lavar
la imagen de la “clase política” de cara a la opinión pública. No servirá de
mucho si no se utiliza correctamente, y en este punto caben dos posibilidades.
La primera y la más obvia es pensar que este nuevo proyecto no se trata más que
de una estrategia barata para recuperar una confianza perdida lo más
rápidamente posible, por decirlo de alguna forma, un maquillaje. La segunda
opción, y un tanto más onírica, es que el Gobierno se haya planteado seriamente
la repercusión de una imagen tan poco positiva de la política. Corrupción,
derroche, prevaricación, demagogia y un largo etcétera de adjetivos nada
halagüeños. Con todo ese bagaje de cualidades peyorativas es obvio que la
opinión pública, que será tonta pero no ciega, se replantee las razones que
justifican la permanencia en el poder de un colectivo tan absolutamente
podrido. Es de esperar, entonces, que el gobierno de turno que vea ante si una
larga legislatura no tenga la intención de pasar los cuatro años siguientes
entre la espada y la pared, en continuo enfrentamiento con el pueblo. De ser
así, deduzco que Rajoy habrá ponderado las opciones y, como persona con dos
dedos de frente que es, se habrá decantado por comenzar un proyecto coyuntural
que pretenda reconducir la imagen política a aguas más tranquilas, empezando
por las raíces del problema. Repito que esto es más bien una vaga esperanza.
De cualquier modo, sea una
posibilidad u otra la real, creo que esta Ley de Transparencia no es más que
una estrategia preventiva. No se trata de una ley que vaya a restructurar los
cimientos de la jerarquía política ni a combatir la corrupción a capa y espada.
Aunque no conozco el texto íntegro de la ley, con los detalles que hasta ahora
se nos han proporcionado ya puedo asegurar que esta ley no conseguirá
erradicar, quizá si diezmar, la corrupción de las administraciones españolas.
Me temo entonces que se trata de un intento por demostrar a los ciudadanos que,
al menos por parte del Gobierno, existe una cierta predisposición hacia el
cambio. Una forma de ganarse de nuevo una confianza perdida y que ahora
necesitan para volver a la senda correcta. Probablemente sea demasiado
subjetivo y soñador con esto. No me llaméis iluso por que tenga una ilusión.
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