No me gusta hablar de economía.
No me gusta nada, preferiría sin ninguna duda que este blog tratase
exclusivamente de temas sociales o políticos. A decir verdad, cuando escribo
economía siento que estoy dando un paseo por un campo bien nutrido de minas. No
me enorgullece confesar que no acabo de entender muchas cuestiones que
considero de vital importancia en este tema. Cada mes aprendo un término nuevo
que no había escuchado hasta el momento pero que parece se ha puesto en boca de
todos de la noche a la mañana. Ya no se si éste fenómeno es fruto de mi humilde
ignorancia o si, como sospecho, la velocidad a la que se mueven los entramados
económicos es mayor que la de nuestra propia consciencia de ellos. En cualquier
caso considero, y creo que es una verdad innegable, que la economía es uno de
los grandes pilares del mundo. El gran engranaje que hace moverse a la sociedad
y pone en funcionamiento nuestra capacidad de supervivencia, aunque no el único
(y quizá no el más importante).
Si escribo una entrada de
contenido puramente económico es porque, como en tantas otras ocasiones, he
visto en la actitud de los políticos españoles directrices que chocan por
completo con mi reducido conocimiento de la economía. Me refiero a la creencia,
muy justificada, de la apremiante e inevitable necesidad de recortar gasto
público a diestro y siniestro hasta recuperar la estabilidad que precedió a la
crisis. Confieso, de nuevo, que sobre economía se bien pocas cosas, pero tengo
un par de ideas claras. Que la ley de la oferta y la demanda no es tan simple
como nos la enseñan en el colegio y que John Maynard Keynes tenía mucha razón
cuando aconsejó al presidente Roosevelt diciéndole: “La expansión, no la
recesión, es el momento idóneo para la austeridad fiscal”. A saber qué habría
ocurrido en Estados Unidos durante la década de los 30 si Roosevelt no hubiese
atendido al consejo de Keynes y hubiese redactado su “New Deal” en base a un
programa de austeridad, como en principio pretendía. Lo cierto es que hubiese
ocurrido algo parecido a lo que está pasando ahora bajo el mandato de Barack
Obama, aunque con consecuencias mucho más catastróficas si contamos con que a
la Gran Depresión le sucedió la 2ª Guerra Mundial.
Con esta introducción histórica (introducciones
que, por cierto, me gustan mucho) se puede explicar la sinrazón de las medidas
económicas adoptadas por la comunidad política en general. Y no me dirijo en
este caso al gobierno actual, sino a todos los mandatarios ya que también los
socialistas cayeron en el mismo error durante la segunda legislatura de
Rodríguez Zapatero. En época de depresión, la reducción del gasto público es el
equivalente de intentar salvar la vida en un naufragio agarrándose a una piedra
y esperando que flote. Claro que por desgracia, lo obvio es actuar (más o
menos) como lo hemos hecho hasta ahora. A primera vista la medida a tomar más
evidente cuando el gasto supera el beneficio es la de recortar ese gasto hasta
que se invierta la balanza. Sin embargo la reducción del gasto público no hace
sino empeorar esta situación, sobre todo en un estado como el nuestro, en el
que el gobierno mantiene con el dinero público gran parte de la productividad.
Pero claro, ahora viene la
pregunta del millón: “¿Acaso se puede hacer otra cosa?” Y su consecuente
respuesta: “No.” Bueno si que se puede intentar una cosa, volver al pasado y enmendar
los incontables errores y derroches que cometimos cuando nos creíamos ricos.
Claro que, a efectos prácticos, esta opción nos queda un poco lejos, de modo
que lo mejor será seguir con el cinturón bien apretado. Pero no como hasta
ahora, piensa este humilde bloguero. Y vuelvo a recordar las palabras de Keynes
cuando decía que la austeridad fiscal debe practicarse en tiempo de expansión y
no de recesión. Por supuesto que es necesario un recorte del gasto público, ¿acaso
son absolutamente necesarias todas las subvenciones que impulsó el gobierno
socialista? Pero es importante encontrar el límite de estos recortes y actuar
de acuerdo con los planteamientos neokeynesianos
que ya resultaron útiles en situaciones muy semejantes.
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