Nunca una muerte resultó tan
cómica como la del exdictador norcoreano Kim Jong II. Y no quiero restarle
importancia al tema, pero el caudal descontrolado de lágrimas que inundó la nación merece muchos adjetivos,
salvo fúnebre. Resulta realmente gracioso echar un vistazo a alguno de los
videos emitidos por el gobierno norcoreano, esos que nos enseñan a cientos de
personas tiradas en el suelo con la cara empapada en lágrimas y gimiendo por la
muerte de un opresor al que solo habían visto en fotos. Es gracioso si, y también
terrorífico. ¿Cómo es posible que de una población de más 23 millones de
personas no haya escapado nada de información, más que la proporcionada por el
gobierno? Ni un triste video colgado en YouTube, ni una noticia en un blog
perdido en la red, ni tan siquiera una foto que no haya pasado antes por el
filtro del censor. Nada más que norcoreanos llorando y funestos desfiles en
honor al fallecido tirano.
Me da miedo plantearme hasta que
punto son reales esas imágenes, ¿son fruto del miedo a las represalias por no
mostrar aflicción? Se ha sugerido que las penas contra quien se muestra
indiferente a la muerte del dictador son severas, ni qué decir tiene que
alegrarse podría suponer un destino fatal. Pero también es posible, y bajo mi
punto de vista mucho peor, que las personas que aparecen en estas cómicas
emisiones no estén actuando. No es un misterio que toda dictadura trata de imponer
sus valores y su razón al pueblo, pero es muy posible que el régimen norcoreano
haya llevado ese adoctrinamiento al extremo, realizando un verdadero lavado de
cerebro a sus fieles. No sería tan extraño, puesto que el gobierno controla la
educación pública, la publicidad, la televisión y todos los aspectos de la
sociedad norcoreana.
La muerte de un dictador, cosa
que normalmente es motivo de celebración, es ahora casi peor que su alternativa.
El sucesor del líder norcoreano es, salvando las distancias, su copia idéntica,
con la diferencia abismal de que éste (su hijo) tiene poco más de 20 años. Si
alguien se había ilusionado pensando que la muerte del dictador ocasionaría
divisiones internas en el alto mando del ejército, que se desilusione. El gran
motor propagandístico del régimen de Kim Jong II, trabaja ahora a favor de su
hijo Kim Jong Un, mitificando su imagen y haciéndole digno sucesor de su amado
padre. El futuro de un pueblo duramente oprimido y uno de los ejércitos más
potentes y peligrosos de la Tierra esta ahora en manos de un veinteañero que no
conoce nada más allá de los muros de su palacio. Con toda seguridad Obama tiene
el corazón en un puño y los huevos en la garganta.
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