Ese sueño de unión bajo unos mismos ideales, de proximidad y hermandad que unía a las naciones, de apoyo mutuo entre los pueblos, no era más que eso, un sueño. Las cumbres europeas se deciden por una mayor unidad, estrechar los lazos entre naciones y hacernos más dependientes unos de otros, pero solo hablan de números. El sueño de Europa, al menos el de su pueblo, era ser una unión fuerte cimentada en los derechos humanos, la libertad y la igualdad entre naciones. Una unión que no tuviese que depender de la economía, que se mantuviese cohesionada indiferentemente de si las vacas fuesen gordas o escuálidas. Una idea bonita sin duda, casi utópica.

Quizá en algún momento fue así, pero yo creo que esa Europa no ha existido nunca. La idea de una unión europea apareció como un bloqueo económico contra las naciones del Eje tras la Segunda Guerra Mundial. Su origen se encuentra en la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, una entidad que se encargaba de regular la economía bélica y conseguir armamento más barato para los miembros de la comunidad. Con el tiempo, esta congregación evolucionaría para dejar atrás sus orígenes bélicos, pero no los económicos. Durante toda la historia de la Unión Europea ha existido un fuerte componente económico sin el cual hubiese sido inmensamente difícil llegar a unificar a todos los países.

Ahora resulta innegable que Europa está unida porque no le queda mejor salida, porque por separado no podríamos salir adelante. Mientras los líderes de las naciones hablan de una mayor cohesión y de reforzar los lazos económicos, sus respectivos pueblos han perdido la fe en Europa. Más del 50% de los franceses, por ejemplo, ya no se fía de la UE y considera que si no estamos unidos por unos valores comunes no vale la pena estarlo por los problemas comunes. El ambiente social se vuelve hostil pero para los gobiernos europeos se vuelve cada vez más necesaria una huida hacia delante, desoyendo las quejas de la opinión popular. Cada vez se vuelve más evidente que la economía dirige todas las decisiones hacia una Europa más inseparable y menos unida.

Nuestros políticos cumplen a la perfección su cometido de marionetas mientras los verdaderos líderes, elegidos por designio de los mercados y no por el voto popular, son los que toman las verdaderas decisiones. La cúpula europea está plagada de personas que ocupan cargos de poder sin haber sido sometidos a ninguna votación, personas que ningún pueblo ha elegido para ese puesto y sin embargo están allí como por arte de magia. Ahora el poder se sigue concentrando en la economía, con multas automáticas a los países que no cumplan con las medidas establecidas. No creo, en absoluto, que este sea el final de la Unión Europea aunque quizá si lo sea para ese viejo sueño de igualdad, libertad y fraternidad.


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