Mi cabecita comenzó a funcionar ayer por la noche dándole vueltas a una idea que surgió a partir de este blog. ¿A quién votamos? Cada cierto tiempo los habitantes de un país en democracia podemos ejercer nuestro derecho de contribuir en la elección de aquellos que vayan a representarnos. La mayoría lo hacemos con caras largas y con una destructiva sensación de impotencia, pero esa es otra historia. Lo que me dejó como petrificado mientras pensaba en un asiento del autobús fue la pregunta que ya he formulado, aunque quizá con una pequeña modificación. ¿Qué votamos? No me di cuenta ayer, esto ya lo sabía desde que aprendí lo que significa “sufragio”, pero se coló en mi mente la agobiante idea de que no votamos lo que deberíamos. Elegimos, como dije en una entrada anterior, “la cara más bonita y las manos más limpias” (Súper Mario) y espero que, como yo, sepáis apreciar el error de esa afirmación. ¿Realmente lo que necesitamos en un político? Entendiendo este término como “ser dedicado a la política”, y a su vez entendiendo política como “la ciencia que estudia cómo ser más popular”. La historia de la democracia está plagada de personas que han alcanzado el poder mediante campañas demoledoras, personas que han sabido surfear en la marea del pueblo para alcanzar sus objetivos, y que, al lograr esta meta, se han visto arrollados por un cargo para el que no estaban capacitados, un cargo demasiado grande. Por eso me planteo, que ni mucho menos el mejor “político” es la persona más capacitada para el puesto de presidente (o cualquier otro cargo). Creo, y lo creo con firmeza hasta que alguien me lo rebata, que no debemos votar unos ideales ni una cara bonita ni un expediente limpio (bueno, quizá esto último sí), lo que debemos elegir entre todos es al hombre o a la mujer más capacitado/a para manejar un país y para perpetuar los valores que nos costó levantar en el pasado. El problema reside, como muchos os habréis dado cuenta leyendo estas líneas, en la estrecha línea que separa esta idea de la autocracia. Un paso en falso y en vez de ser un líder para el pueblo nos convertiremos en un pueblo para el líder. Winston Churchill lo  dijo en su momento y yo no me canso de repetirlo:
La democracia es el peor sistema de gobierno que existe, con la excepción de todos los demás que se han probado.


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